En las calles grises y obreras de Aston, un suburbio industrial de Birmingham, nació John Michael Osbourne, mejor conocido como Ozzy. Su infancia estuvo marcada por la precariedad: compartía una pequeña casa con cinco hermanos, un padre que trabajaba turnos nocturnos como operario y una madre en una fábrica automotriz. Desde joven, Ozzy supo lo que significaba no tener nada. Esa condición de marginalidad no solo lo formó como persona, sino que sería el hilo conductor de toda su carrera.
A diferencia de otras estrellas del rock que alcanzaron la cima desde la comodidad o el privilegio, Ozzy escaló desde el fondo. Su paso por distintos empleos mal pagados y su breve estancia en prisión lo pusieron en contacto con la dura realidad de quienes no tenían oportunidades. Fue entonces cuando encontró en la música una vía de escape, no para olvidar su origen, sino para amplificarlo.
Al fundar Black Sabbath junto a otros jóvenes igual de desencantados, Ozzy se convirtió sin saberlo en el portavoz de una generación obrera que carecía de representación. Con canciones como “War Pigs” y “Children of the Grave”, la banda canalizó el miedo, la frustración y la furia de quienes eran enviados a guerras injustas o condenados a trabajos sin futuro. La voz aguda y fantasmagórica de Ozzy no era solo un recurso estético: era un grito de protesta, una súplica oscura en nombre de los que nunca eran escuchados.

Lo que distinguió a Ozzy de muchos de sus contemporáneos fue su conexión con la calle. Nunca se disfrazó de intelectual ni buscó un discurso académico. Era crudo, directo, a veces desbordado, pero genuino. Su presencia escénica, sus letras, su actitud, todo hablaba desde la experiencia real de crecer con miedo, de vivir con hambre, de no tener futuro asegurado. Y por eso conectó con millones.
Incluso en su carrera como solista, luego de ser expulsado de Black Sabbath, Ozzy mantuvo intacta su identidad de clase. Mientras exploraba otros sonidos y colaboraba con jóvenes guitarristas prodigiosos, jamás traicionó esa raíz. Su música siguió siendo el refugio de los inadaptados, de los incomprendidos, de los jóvenes que buscaban respuestas en medio del caos del mundo moderno.
Más allá de la música, Ozzy alzó la voz en momentos críticos. En distintas ocasiones criticó con dureza a gobiernos que ignoraban a los más vulnerables y expresó su rechazo a líderes que fomentaban la división social. Incluso en su vejez, no dudó en señalar la hipocresía política ni la indiferencia hacia los trabajadores. Su postura frente a ciertos mandatarios fue tan clara como provocadora: la clase dominante no lo representaba, y él tampoco quería ser su emblema.
En sus discursos, entrevistas y memorias, Ozzy fue coherente: no se consideraba un héroe, sino un sobreviviente. Pero esa condición lo convirtió, paradójicamente, en un símbolo para quienes también luchaban día a día por sobrevivir. Su éxito no lo alejó del pueblo. Por el contrario, hizo todo lo posible por brindar oportunidades a bandas jóvenes, crear festivales accesibles y mantener viva la llama del metal como canal de expresión popular.
Ozzfest, por ejemplo, no solo fue un festival de música. Fue un acto político y cultural, una plataforma donde se reunían tribus urbanas, se compartían luchas y se tejían redes de resistencia. A lo largo de los años, Ozzy se convirtió en algo más que un ícono del rock: fue una figura de unidad, un catalizador de comunidades que encontraban en su música una razón para seguir adelante.

Hasta el final de su vida, Ozzy siguió siendo ese muchacho de Aston, marcado por la desigualdad y forjado en el esfuerzo. Nunca renegó de sus raíces, nunca se arrodilló ante el poder. Fue excéntrico, sí; fue excesivo, sin duda. Pero nunca falso. Su autenticidad, su franqueza y su profunda empatía con los marginados lo convirtieron en un héroe improbable pero indiscutible.
Hoy, su legado trasciende los discos y los escenarios. Ozzy Osbourne será recordado no solo como el Príncipe de las Tinieblas, sino como el portavoz eterno de la clase trabajadora. El hombre que, con una voz rasgada por el dolor y una guitarra distorsionada de fondo, le dio nombre y forma a la desesperanza, la furia y la esperanza de millones.