Si alguien les pide que piensen en Guns n’ Roses. ¿Quién es el primer músico que les viene a la mente? ¿Qué tal en System of a Down? ¿O Rammstein? ¿Black Sabbath? ¿AC/DC? ¿Judas Priest?
De Guns n’ Roses, lo primero que vino a su mente fue Axl Rose, o quizá Slash; De SOAD, la mayoría pensó en Serj Tankian y algunos más en Daron Malakian; De Rammstein, en Till Lindemann. Si hablamos de Black Sabbath, por supuesto pensaron en el Príncipe de las Tinieblas, Ozzy… O quizá en Dio. De AC/DC, pensaron en Angus y de Judas Priest, indudablemente en Rob Halford.
Sean honestos. ¿Alguien pensó primero en Duff McKagan? ¿O en el impronunciable Shavo Odadjian? ¿En Ollie Riedel? Muy pocos fueron los que pensaron primero en Geezer Butler. Muchos menos los que pensaron primero en Cliff Williams.
Y apuesto que una gran mayoría de quienes leen esta columna respondería “¿Quién carajos es Ian Hill?” si se les presentase dicho nombre.
Tal es la maldición de las cuatro cuerdas. Los encargados de ese poderoso instrumento conocido como bajo, rara vez gozan de la popularidad que en cambio disfrutan los vocalistas y guitarristas de las agrupaciones de las que forman parte. Carajo, ni siquiera ocupan un tercer lugar, ya que después del frontman y del guitarrista líder, generalmente el siguiente en las preferencias de los fans es el encargado de aporrear los tambores. Esa es la triste realidad. En la escala de admiración por parte del público, el bajista está generalmente al final, sólo adelante del que toca el güiro y el tecladista, si los hubiese. Y –Pobrecito Ollie– en el caso de Rammstein, ni siquiera eso, ya que el buen Dr. Lorenz es una de las figuras más emblemáticas del sexteto teutón.
Sí, también en el bajo hay virtuosos, verdaderos monstruos que se han ganado a pulso un lugar de honor en las páginas de oro del rock y del metal, auténticos gigantes que dejan huella, como Steve Harris de la dama de hierro, como “El Buey” Entwistle de the Who, como Flea de los Chili Peppers y por supuesto Cliff Burton de Metallica. Sin embargo, estos músicos son la excepción a la regla, y aún así, no son el miembro más famoso de su respectiva banda.
Pero aún cuando el bajista nunca es –ni será- el miembro más popular de una banda de rock, su valiosísima aportación es prácticamente innegable. Junto con la batería, el bajo aporta el poderío y la base rítmica de cualquier canción medianamente decente de rock. Sí, Jimmy Page es una pistola en toda la extensión de la palabra, pero “Whole lotta love” le debe su cadencia y cachondez al bajo de John Paul Jones. Nadie que se precie de ser metalero puede negar que el delicioso sonido galopante del bajo de Steve Harris es lo que le da a Iron Maiden su estilo característico. “And Justice for All” es un magnífico disco de metal. Pero pudo haber sido mil veces mejor si no hubieran cometido la pendejada de quitarle la pista de bajo, sólo por joder a Jason Newsted. Y la mejor prueba de esto es que en su siguiente placa homónima –El Black Album– lo primero que hizo el productor Bob Rock fue subirle al bajo, dándole vida y punch a pistas que se convertirían en himnos de los californianos, como “Enter Sandman” y “Sad But True”.
Hagan un experimento. Tomen su iPod o abran la carpeta de rock en su laptop. Pónganse los audífonos. Cierren los ojos y escuchen “You could be mine” de Guns n’ Roses; “Peace Sells” de Megadeth; “Smells like teen spirit” de Nirvana o “Rosenrot” de Rammstein. Ninguno de esos tracks -ni uno solo- sería lo que es si no fuera por el bajo.
No sé ustedes, pero a mí ya me dieron ganas de poner “Dr. Feelgood” de Mötley Crüe a todo volumen. Me vale madre que pase de la medianoche. Nikki Sixxx, bombón, te quiero en mi colchón.