El telón se levanta una vez más en el universo teatral de Ghost. Esta vez, la escena se titula Skeletá, un álbum que llega cargado de atmósferas familiares, simbolismos conocidos y una producción tan pulida que cada canción parece esculpida en mármol negro. Desde el primer track, queda claro que Tobias Forge y su séquito no están interesados en romper sus propios moldes, sino en refinarlos, decorarlos y volver a presentarlos ante un público que, en gran parte, ya sabe qué esperar.
La música fluye con elegancia: guitarras envolventes, sintetizadores espectrales y voces corales que rozan lo sacro. Todo suena como debe sonar en un disco de Ghost. Pero ahí está también el dilema: todo suena demasiado como debe sonar. La banda, que en sus inicios se movía con una mezcla de provocación y misticismo, parece ahora más preocupada por perfeccionar su fórmula que por alterar el ritual. Es como ver una obra que antes sorprendía por su osadía, pero que hoy se representa con una precisión casi quirúrgica, sin margen para el tropiezo… ni para la sorpresa.

Hay momentos íntimos en Skeletá, especialmente en canciones que dejan atrás el dramatismo operático para explorar emociones más humanas. Baladas melancólicas, introspecciones veladas entre riffs suaves, y una cierta melancolía que se cuela entre las capas de teatralidad. Sin embargo, incluso estos momentos, por muy bien ejecutados que estén, no rompen el hilo conductor de previsibilidad que recorre todo el disco.
Lo que más llama la atención no es lo que el álbum incluye, sino lo que decide no arriesgar. Ghost ha demostrado en el pasado que puede incorporar elementos de doom, progresivo, incluso pop satánico, sin perder su esencia. Aquí, sin embargo, el menú está compuesto por platos que ya hemos probado antes, servidos con esmero, sí, pero sin el condimento de la novedad.
Skeletá no es un mal álbum —todo lo contrario, es probablemente uno de los más sólidos en cuanto a ejecución—, pero en su búsqueda por ser perfecto, pierde algo del caos creativo que alguna vez los hizo fascinantes. Es un disco que reafirma la identidad de Ghost, pero también marca una pausa creativa, un momento de contemplación frente al espejo. El ritual sigue, la iglesia está llena, pero uno no puede evitar preguntarse: ¿cuándo se atreverán a encender fuego en el altar otra vez?
