KISS y las trampas de la nostalgia.


El 10 de abril pasado, a quince años de haberse vuelto elegibles por primera vez, el legendario cuarteto neoyorquino KISS fue, por fin, inducido al salón de la fama del rock and roll. Es de sobra conocido por aquellos que medianamente entendemos los manejos de la industria, que las inducciones y nominaciones al salón de la fama están totalmente controladas por Jann Simon Wenner, fundador de la revista Rolling Stone y enemigo jurado de la banda, lo cual explica que hayan inducido a intérpretes de pop y rap –como Madonna, Donna Summer, ABBA, y los Bee Gees– antes que a KISS. Sí, las limitaciones musicales del cuarteto son evidentes, ni el fan más recalcitrante puede calificarlos de virtuosos, pero sus contribuciones al rock and roll como negocio y espectáculo son más que evidentes. Además, como muy bien mencionó Tom Morello – De Rage Against the Machine– en su discurso al inducir a la banda, “La influencia de KISS está en todas partes, de Metallica a Lady Gaga. Han inspirado a artistas de géneros diversos [y] Han sido una influencia formativa en miembros de Tool, Pearl Jam, Alice In Chains, Slipknot, Garth Brooks, Pantera, Foo Fighters, Motley Crue, Lenny Kravitz, White Zombie, Soundgarden, Nine Inch Nails…y Rage Against The Machine, por nombrar sólo a unos cuantos”.

La influencia y la trayectoria de KISS, luego entonces, son innegables. Pero más allá de estos factores, este tecleador se ha preguntado, en repetidas ocasiones y cada vez más frecuentemente, si estas justifican que KISS siga siendo una banda en activo, cuando actualmente la música –que debería ser el eje rector de la vida de cualquier banda de rock- es lo último en que se piensa cuando de KISS se trata.

Podríamos enumerar una enorme cantidad de canciones de KISS que ocupan un lugar prominente entre lo que se denomina –mamonamente- como “clásicos” del rock. Pero no lo haremos. Simplemente, haremos notar que todos estos “clásicos” corresponden a sus discos setenteros y ochenteros. Los esfuerzos discográficos de la banda posteriores a 1983 –año en el que lanzaron “lick it up”, el único gran hit de la segunda mitad de su carrera- han pasado prácticamente de noche, y de casi una decena de discos posteriores a duras penas podríamos extraer igual número de canciones memorables. Todo lo demás es relleno.

Luego entonces, tras décadas sin producir una placa discográfica redonda –en el sentido cualitativo metafórico del término-, es inevitable que cuando se habla de KISS, lo primero que acude a nuestra mente son sus escándalos; Su permanente guerra de declaraciones unos contra los otros; la inagotable, recurrente batalla entre los dos bandos –Ace y Peter contra Gene y Paul-, y sobre todo, la enorme, masiva, cantidad de pendejadas –disculpe usted el exabrupto, amable lector- que salen de la boca y la cabeza de Gene Simmons.

Ay, Gene. Quien sobre el escenario es una figura icónica –no solo para los fans de KISS, sino para los fans del rock en general- debajo de este se convierte en un absoluto pelmazo. Despojado del maquillaje y sin un bajo colgado al hombro, el señor Simmons es un ente sediento de atención y de dinero, capaz de estamparle un logo de KISS al culo de un mandril y venderlo. No podemos negar que su visión de negocios y su enorme colmillo mercadológico fueron ingredientes indispensables en el éxito de la banda, pero actualmente la cosa ha llegado a extremos ridículos, como el “Kiss Kruiser”, donde por una jugosa cantidad de dólares, puedes disfrutar de un viaje en crucero con los miembros de la banda -con camisas hawaiianas, girnalda de flores y todo-. Pero por si esto no fuese suficiente, el señor Simmons adora -además de los dólares- hacer pública exhibición de su persona, vía una serie de patéticos reality shows que no abordaremos a detalle, puesto que ya han sido sujeto de artículos pasados en esta tres veces H. Revista. Y dejamos lo mejor para el final: Sus declaraciones. Cada vez que abre la boca y hay una cámara o micrófono enfrente, el buen Gene Simmons hace gala de una falta absoluta de tacto, de delicadeza, e incluso de raciocinio. Entre las últimas perlas de sabiduría marca Simmons, podemos incluir su afirmación de que “el rock fue asesinado por todos los que bajan canciones sin pagarlas”. O su racista mensaje a los inmigrantes ilegales pidiéndoles que antes de llegar a Estados Unidos “aprendan maldito inglés” –olvidándose de que él mismo fue un inmigrante-. O la más reciente, en la que le sugería a las personas enfermas de depresión que “se mataran” y por la cuál incluso pidió disculpas.

Y es aquí donde surge el interrogante que le da vida a este texto: Si KISS tiene décadas sin producir un disco auténticamente bueno, y si sus miembros, fuera del escenario, son unas prima donnas insoportables y ególatras ¿Cómo es que KISS sigue vigente, atiborrando estadios donde quiera que se presente?

La única explicación sólo pueden –podemos- ofrecerla quienes ya han tenido la experiencia de presenciar un show en vivo de KISS. Cuando las luces se apagan y escuchas “Alright, Mexico city… you wanted the best, you got the best!” la piel se te eriza y en ese momento vuelves a tener la misma sensación que experimentaste cuando los escuchaste por primera vez. El show sigue y el mundo desaparece en un vórtice de sangre, fuego, rayos laser, explosiones y rock and roll. En ese momento se te olvida que te caga Gene Simmons.  Se te olvida todo. Ellos dejan de las viejas de vecindad en las que se conviertieron y se trnsmutan nuevamente en el Gato, el hombre del espacio, el hijo de las estrellas y el demonio.

Y tú te conviertes en un niño de 12 años frente a ellos. Esas son las trampas de la nostalgia. Y no importa cuánto intento evitarlas, siempre caigo en ellas cuando de KISS se trata.

BARENHOHLE_temporal